miércoles, 23 de noviembre de 2016

La marcación del Ganado


Año tras año, en las estancias, se hacia la marcación del terneraje que por razones de tamaño y edad dejaba de ser ternero (ganado menor), para llamarse ganado mayor y ser contado por cabeza. Este rodeo anual se lo realizaba en cuanto el propietario lo estimaba conveniente, a cuyo efecto señalaba con anticipación el día, cuidando de no disponerlo para un lunes ni para un martes, por respeto al dicho sentencioso que dice: “Lunes y martes no te cases ni te embarques”.

Días antes de la marcación, en cuyo rodeo y encierro se aprovechaba de hacer el recuento, el mayordomo y los vaqueros se ponían en activo movimiento, alistando aperos, riendas, cinchas, arciones y correas, y  ensebando correones, lazos y maneas. Revisando corrales y apartaderos, para cerciorarse  del buen estado de las tranqueras, tranquereros, estacones  y lienzos. Era necesario comprobar si los corrales  tenían la fijeza necesaria para contener el ganado y luego para encerrarlo y detenerlo.

Estando todavía obscuro, el día señalado para la marcación, los jinetes partían al campo  en distintas direcciones a rodear y arrear el ganado hacia los corrales. Toros indómitos, ariscos y bravíos que  el rato menos pensado daban vuelta y se alejaban en veloz carrera al comedero (sitio de campo donde acostumbran pacer). El vaquero más próximo emprendía la persecución, a tal velocidad que a ratos parecía no asentar en el suelo. Le daba alcance, le tomaba la delantera y a punta de rebenque, ajos y cebollas – siempre a la carrera - lo obligaba nuevamente a entroparse.

Ni bien terminaba de entrar al corral la última cabeza, los peones se entregaban a la peligrosa tarea  del aparte de mostrencos y orejones; labor que ejecutaban de a caballo, por  tratarse de un ganado arisco y bravío, difícil de manejar. Entre tanto, otros vaqueros, prácticos en el manejo de ganado, de a pie iban enlazando, maneando, frunciendo y marcando a fuego a los briosos animales.


Extraido del libro: Escarbando el Pasado, de Aquino Ibañez.

martes, 22 de noviembre de 2016

Las carreras de Caballos


Antiguamente las carreras de caballo se hacían sobre caminos paralelos, en un recorrido reglamentario  de una cuadra o cuadra y media.

A los caballos que intervenían en las carreras se los llamaba cuadreros y a los jinetes peones.
En los cotejos y desafíos  para concertar, se ofrecían ventajas como estas: "le doy la rompida al moro  con el bayo", "le doy dos cuerpos de ventaja al tordillo con el guatoco", etc.

Concertada la carrera, los peones hacían pasear de tiro a sus caballos por sus respectivos caminos, hasta el sitio de la largada. Allí montaban y después de dos o tres quebrantadas para igualar la rompida, salían.

El público, que se hallaba congregado en la guasca, gritaba: "Se vinieron", "sin simbrón el oscuro", etc. Al llegar a la guasca, se escuchaban exclamaciones como estas: "Gano el oscuro", "Gano el tordillo con la tabla del pescuezo", etc.

Las apuestas eran elevadas. había pasión por las carreras. La gente acudía a ellas desde los lugares más distantes. Siempre aparecía un caballo de tapada (animal no conocido entre los cuadreros de fama).

Las carreras se sucedían una tras otras, aparte de las pactadas con anterioridad con sumas realmente astronómicas  que se corrían de primero.


Los gananciosos pagaban la banda y se iban a bailar al pueblo donde bebían y reían sin descanso.

Extractado del libro: "Escarbando el Pasado" de Aquino Ibañez.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

El intercambio comercial con los valles en el siglo pasado


Antiguamente, cuando no había carretera ni tránsito de vehículos motorizados, existía sin embargo un intenso intercambio comercial entre santa Cruz, Samaipata, Pampa Grande, Mairana, Valle Grande, Comarapa y demás poblaciones de esa hermosa y rica zona templada departamento cruceño. Intercambio que se realizaba  por tortuosos caminos de herradura, mediante recuas de mulas y burros, que venían cargados con papas, papalizas, harina colla, trigo en grano pelado, manzanas, duraznos, membrillos, sal en molde, tabaco maceado, sobrepelos, ponchos de pullo, etc. Y que llevaban de retorno arroz pelado, azúcar blanca en terrón, empanizado, alfeñique, urucú, tutumas, etc.

La gente que viajaba lo hacía fletando uno de estos animales, sobre el cual cabalgaba  sometido al itinerario del dueño de la recua.


Durante la jornada al despuntar el sol, el dueño de la recua, a su vez arreador de la misma, colocaba los aparejos sobre los lomos de las bestias, mientras que su ayudante  preparaba la comida. Después de comer emprendían la marcha –sin parar- hasta las cuatro o cinco de la tarde, hora en que paraban para descansar y volver a comer del sobrante de la comida y luego dormir hasta el día siguiente. A los animales se  los amarraba para el pernocte.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Acerca del cuidado de las señoritas en el pasado



En el pasado el cuidado de las madres con las hijas era riguroso. En el Santa Cruz de antaño marido y mujer acompañaban a las hijas solamente a los grandes bailes sociales que se realizaban en “casas de familia”. En el salón de baile las madres se sentaban al lado de las hijas, en las sillas acomodadas en rededor de la sala. Los jóvenes  se sentaban en las piezas contiguas, en el interior del corredor o en el  patio. Estos solo tenían oportunidad de conversar con las damas, mientras bailaban alguna pieza musical, previo consentimiento de la madre. Algo más, las madres no permitían que las hijas bailaran dos piezas seguidas con una misma persona, a no ser que fuera novio oficial.

Por aquellos tiempos hubiera sido también un escándalo encontrar andando sola – por la calle – a una señorita de 25 años, y mucho peor acompañada de su enamorado.


Esos cuidados extremos de las madres se justificaban en aquellas épocas, por la falta de cultura existente y por el “peligro”  latente que significaba dejar sola a una criatura en manos de un “bruto”. 

jueves, 10 de noviembre de 2016

El carretón de bueyes

El carretón era  el vehículo tradicional cruceño en la antiguiedad. En aquellos tiempos los comerciantes transportaban sus cargas desde y hacia  localidades  vecinas tales  como COTOCAPORTACHUELOPORONGO y otras,  en  carretones de dos, tres y cuatro yuntas; los agricultores por su parte transportaban su producción hasta la ciudad en sus propios carretones y en ellos también llevaban de paseo a sus familias.

El carretón estaba compuesto de dos ruedas de igual tamaño, generalmente labradas en una sola pieza. La rueda a su vez, estaba compuesta por la masa y la tabla de la rueda. En la masa estaba el agujero del eje. Las ruedas eran sostenidas por el eje que era un palo de mediano grosor, con dos agujeros en las puntas, donde se colocan las estaquillas, que impedían  que estas se caigan.

Encima del eje estaba  la cama del carretón, compuesta del timón, cinco teleras y diez estacas (cinco a cada lado). las dos estacas situadas atrás de eje, se llamaban MATA BUEY  y eran las más grandes.

Las teleras servían  para entrelazar el timón con los limones y dar fijeza a la cama. Sobre ellas se colocan astillas de palma para rellenar los astersticios y evitar que se caigan las cosas.


Para entoldar el carretón se colocaban cuatro bejucos gruesos, encorvados, amarrados de las puntas en estacas opuestas. Sobre los bejucos se atravesaban JICHIQUICES- a manera de ripa -atadas en los bejucos. Y sobre esta armazón se colocaban los cueros secos, que servían  de techo y también de piso. Cuando iban pasajeros, se colocaba  una estera al piso.

En los carretones de una yunta,  el buey que estaba al lado izquierdo se lo  llamaba  JI , y USA el de la derecha. El JI era  un buey completamente manso, y servia  para guiar al ganado arisco y bravío; En las pascanas se maneaba al JI de cada yunta, con un correón de una brazada de largo. Esto tenía por objeto que los bueyes no se alejaran mucho.

El carretero manejaba un chicote simbado, de dos o tres metros, con su cabo de palo delgado y largo.

En uno de los MATA BUEY se colgaba el asta (cuerno) que contenía el jabón derretido, con el que se pringaba al eje para evitar que rechine.

lunes, 7 de noviembre de 2016

El juego de la Sortija




En el aniversario de algunas de las calles del Santa Cruz de antaño y en las fiestas patronales de los pueblitos y rancheríos vecinos, era costumbre incluir en el programa de festejos el juego de la sortija, que consistía en colgar de una cuerda que atravesaba la calle, un disco de lata con su agujero al centro, con una agarradera – también de lata -  que montaba en la cuerda y agarraba con cera el disco (la sortija).
 Los jinetes, montados sobre briosos caballos de hermosa estampa, y provistos de un lápiz, tenían que ensartar la sortija a la carrera. Quien acertaba al orificio y sacaba consigo la sortija, era premiado con un ramito de flores con un rosón de cinta de vistosos colores, que le era prendido en el brazo por una de las damitas.
Las bellas muchachas, reunidas en número considerable, constituían el centro de atracción de los mancebos y público en general. Al anochecer, muchos de los jugadores tenían los brazos repletos de premios, que los iban prendiendo en el pecho de sus cortejas o muchachuelas de su mayor predilección.
Hombres y mujeres lucían sus mejores prendas y ocupaban planos sobresalientes en la fiesta de la tarde.

Los caballos, gordos y relumbrantes, daban muestras de desasosiego y rebosante energía: Escarbaban el suelo con sus remos delanteros, se paraban en dos patas, relinchaban y hacían mil piruetas con los dueños encima, que parecían como nacidos en sus elegantes monturas. No era raro ver ensillados enchapados con plata, cabezadas y riendas finalmente simbadas, con argollas del mismo precioso metal y demás accesorios  hípicos usados por aquellos tiempos.

Extraido del libro: Leyendas y tradiciones cruceñas del Dr. Aure Teran B.


jueves, 3 de noviembre de 2016

El Trapichi


EL TRAPICHI de la molienda de antaño era de palo. Se componía de tres piezas cilíndricas con sus respectivas espigas. Siendo la pieza del centro la de mayor volumen, a la que llamaban el macho; y a las de los costados, que eran iguales, las denominaban hembras. El macho y las hembras tenían la parte superior dentada, de manera que engranaban entre sí.

En la espiga de la parte superior del macho se ensartaba el espequi (madera larga y encorvada) en uno de cuyos extremos se ponía peso y en el otro se aseguraban los arneses para el tiro de las yeguas.
Debajo de los machos y las hembras se colocaban las teleras, para evitar que el caldo de la caña de azúcar cayera al suelo y que escurriera más bien a los canales, los que a su vez largaban el caldo a la gaveta. La gaveta tenía una marca hasta donde debería llenarse, que era la medida justa para la paila.

El TRAPICHI contaba también con dos horquillas: una que servía de apoyo a las cañas que se metían por la hembra esprimidora y la otra donde se revolvía el bagazo por la hembra bagacera.

El TRAPICHI  completo se hallaba fijo a un estante de madera cuchi, enterrado a una vara de profundidad, debidamente apisonado.

El personal de moledores lo componía tres muchachones: el metedor de caña, el revolvedor del bagazo y el arreador de los animales, quien a su vez botaba el bagazo a un sitio retirado, libre de peligro, donde días después se le prendía fuego.

A los moledores que les tocaba trabajar en la noche se les llamaba cuarteros. Correspondiendo al primer cuarto, el tiempo de molienda comprendido desde las seis de la tarde y las doce de la noche; y al segundo cuarto, el trabajo realizado desde la media noche hasta las seis de la mañana. O sea que, en el transcurso de la noche hasta el amanecer, se sacaba dos pailadas de jugo de caña.
Los trabajadores y sus familias consumían caldo a discreción, igualmente los vecinos. No se mezquinaba a nadie.


Los moledores paraban barcinos, sucios desde los pies hasta la coronilla, debido al serebó del bagazo, al caldo que les regaba del TRAPICHI y a la suciedad de las cascaras de las propias cañas. Por eso las madres de antaño, cuando veían a sus hijas con los GARRONES sucios, les decían: “Caminen a bañarse, ya parecen unas molienderas”.

viernes, 28 de octubre de 2016

El Buri Camba

Esta es  la verdadera y más conocida fiesta camba. Tenía lugar para celebrar un cumpleaños, un aniversario de bodas o un simplemente alegrar el  fin de semana o cuando a alguien se le antojaba divertirse con amigos cualquier noche de luna.
Se juntaban parejas para el baile cogidos de la mano. Rara vez desprendidos o en círculo. La música era siempre un taquirari, una chobena o un carnavalito. Y era con la banda compuesta por varios músicos.
Más antes y mejor era con la tamborita integrada por un bombo, una caja con sus palitos y dos flautas. Algunas ocasiones tenía caracachá, platillo y guitarra o violín. No faltaba alguien con su hoja de naranjo que le daba ritmo agudo especial.
  Corrían tragos como guariflé, culipi, leche de tigre, cóctel de cualquier fruta o sucumbé cuando hacia frio. Chicha cruceña para algunas damas, porque las mayores le echaban al trago pitando su charuto.
El baile se hacía bajo techo en galpones cuando llovía, pero la mayor parte era en los patios al aire libre. Sobre suelo enladrillado cuando era en casa de los patrones, pero en viviendas de los peones era sobre la pura tierra dura, pero bien basureada con escoba de totai, luz salía de las llamas o mechas de kerosene o petróleo, o la luna.
Las “peladas” o “chotas” vestían de tipoi de varios colores, sandalias, cabellos con moños o trenzado, algunas con cabelleras largas que le caían hasta las nalgas. Los “puguillas” con camisa blanca, pantalón blanco, remendados casi siempre, con telas que servían de machones con varios colores, pero limpitos. Abarca de cueros y plantillas de goma gruesa. Algunos con alpargatas. Raros tenían zapatos, porque eran caros y le sacaban ampollas.

Las abuelas, madres o tías que acompañaban a las muchachas iban de mantón las más viejitas, pero las menos, también le echaban al baile dando ejemplo con sus caderas movedizas y como subiendo gradas “pa mí; pa´voj” Otras las controlaban desde fuera de las tranqueras o el cerco de cuguchi.
Algunos que no eran invitados, jóvenes aguilillos, votaban sus “cachuchas” a medio patio, para ingresar a recogerlas y … se quedaban.
No se cobraba cuotas, todos aportaban. Cuando el patrón pagaba era con todo. Y cuando eran los peones ponían carne, alcohol o música, pero de todos modos se hacía, hasta que las “velas no ardan”.
Mientras se bailaba, otros contaban chistes y cuentos y se escuchaban las risotadas como si tuvieran los bolsillos llenos de plata y al fondo del patio ardían las brasas para largar el churrasco con tripas, carne gorda, chuchulises, riñones y corazón. Las yucas y los plátanos maduros eran asados en el rescoldo con cascaras. Y cuando se sancochaba, la mandioca salía blanca y brillante como para comerla por los ojos.
Cuando era completo el Burí, más allá estaba el Horno de barro y paja, con dos guatias adentro y su balde con agua; calafateao para que el vapor le sirva en la cocción que duraba 8 a 10 horas. O bien estaba hirviendo la “patasca” de maíz, cabeza, carne de pecho, ojos y lengua. Ambas eran para el día siguiente después de la ambrosia.
En horas de la madrugada, se escuchaba a veces un gran ruido por el correr de los caballos que despertaba a las ancianas cuidantes y era un mozuelo que se “robaba” una pelada de 14 años, en las ancas de un alazán brioso que corría “pal monte”. Era cuando los futuros suegros no aceptaban la unión de los muchachos, que llegaban hasta el matrimonio cuando aparecía el cura.
Al día siguiente, los más sedientos o tomadores, amanecían tirados sobre los bancos de madera, troncos o tocos que servían de asientos y de cama. A duras penas se acercaban para ir al potrero cercano y echarle a la ambrosia, que era leche directa de la vaca con alcohol, azúcar “baya” y canela.
Cuando no había patasca o guatia, se comía un locro carretero, blanco de charque del monte con yuca entremedio. O bien “pacumutos” de urina, jochi pintao, ardillas y hasta víboras.
“Panza llena, corazón contento”, luego venia el sueño largo y pesao, para recuperar fuerzas que se necesitan para las labores normales del siguiente día.
Ese era el auténtico burí camba.  En las provincias todavía se lo hace como era antes…

Extractado del libro “ Leyendas y Tradiciones cruceñas” del Dr. Aure Terán Bazán

                             

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lunes, 24 de octubre de 2016

El Mojón con Cara

En ahora la esquina de la calle Rene Moreno y Republiquetas a pocas cuadras de la Plaza Principal, había una quinta que no pasaba de la hectárea, una casita techo de motacú, paredes de adobe y patio con algunas plantas de naranjo, plátano y cinini. Allí vivían una pelada hermosa que estaba en sus 16 años, lista para iniciar los amores, con dos padres, viejos y ambiciosos. Habían acordado entregar a su hija a un viejo rico que era viudo a cambio de una buena dote como si fuera en venta.




Pero un día de esos que no estaban los padres, pasaba un buen mozo tirando su caballo como llegando del campo, y se paró en la media puerta de esa casa, y le pidió agua para saciar la sed suya y de su animal.

Salió la muchacha despampanante de belleza natural y con toda amabilidad le alcanzó primero una tutuma con agua fría de lluvia y luego un balde para el caballo.

Saciado el adolescente le agradeció tanta gentileza, la felicitó por su hermosura y le preguntó si podía visitarla para conversar de la vida. Ella le comunicó que sus padres no le permitirían, pero que podía esperarla a al atardecer  en la esquina de la propiedad donde había un mojón que serviría para detener la tirantez del alambrado que cercaba la quinta.

Un día de esos los dos viejos pillan a la niña con el chico del mojón, y enojadísimos, le dan una “arrobita” que le rayan y le sangran las nalgas. Temerosos de que ocurra algo más serios con el pobre desgraciado, cunumi  desconocido, pobre y sin futuro para la hija, le prohíben la salida y especialmente en el horario de esa romántica visita.


El muchacho persistía y todas las tardes estaba junto al mojón, acompañado de su soledad y las noche; como no tenía mucho que hacer, triste y abandonado, con su cuchillo empezó a fabricar una cara en el Mojón que era más o menos 30 cm. de diámetro por 160 de altura, sobre su grueso pie firme que soportaba el flujo y reflujo de los toros que trataban de entrar a la propiedad, rompiendo los cercos con sus cornudas antenas.


Un sábado de esos, los viejos se fueron presurosos a pactar el trato con el ricachón que habían escogido para yerno. Vivía en una buena hacienda por la Poza de las Antas, con cientos de vacas, casa elegante, caballos, puercos y gallinas que podían servir para mantener a los suegros sin trabajar y con perspectivas de futura buena herencia.

Aprovechó  la pelada para abrir la puerta del cuarto donde estaba encerrada y cabalingo a las seis de la tarde, se juntó con su gran amor en la esquina de siempre. Le contó su tragedia y sin hacer mayores propuestas el muchacho la montó en las ancas de su “bayo” y voló como el viento para nuca más aparecer.

Volvieron los padres y pensando que la ya “vendida” estaba en su  cuarto cerrado con bejucos, no la molestaron. Al día siguiente abren la pieza y sufren como mujer pariendo, por no haber podido hallar a la hija de sus fortunas. Van a la esquina donde la habían sorprendido, y solo encontraron el Mojón pero con Cara escultural que había labrado el desconocido artista.
Quedaron solamente con la resignación y el remordimiento que les obligaron a trabajar para subsistir sin la ayuda de la sirvienta que tenían como cocinera en la casa.
Recopilado del libro: Leyendas y tradiciones Cruceñas, del Dr. Aure Teran Bazan.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Las Serenatas

Esta es una de las tradiciones más  populares de  la Santa Cruz de antaño. Consistían en improvisados grupos de músicos quienes encabezados por un joven pretendiente  se presentaban a la media noche cantando  “romanticas” canciones a una hermosa  dama, al pie de su balcón o simplemente frente a su casa.  La música estaba  por lo general ejecutada por guitarras aunque no era raro escuchar violines y hasta bandoneones.
El enamorado recompensaba a los cantores antes y durante la serenata con botellas de trago. Las piezas musicales eran escogidas cuidadosamente, pero  ¡ay!  De aquel que no supiera interpretarlas,  ya que si las interpretaciones no eran del agrado sobre todo de la madre da la pretendida, tanto cantores, músicos y novios se arriesgaban a ser  mojados por baldazos de agua.  Sin embargo cuando a la futura suegra le interesaba el “pretendiente”  y aunque las músicas no hayan sido de su agrado, le abría las puertas de su casa de  par  en par y hacia entrar a todos para invitarles algún picadito de carne.
Con el correr de los años la serenata también se la practicó  para el día de la Madre, el día  de la purísima Concepción y  por aniversarios o cumpleaños. En muchas ocasiones se la hacía con bandas completas, orquestas y mariachis. Por lo general se interpretaban siete canciones, pero a veces había alguna “yapa”.

En la actualidad las Serenatas han desaparecido de la ciudad,  sin embargo en los pueblos aun es posible escuchar las canciones bien o mal interpretadas por los enamoradizos jóvenes pretendientes.

viernes, 14 de octubre de 2016

La leyenda del Guajojó

Esta es una leyenda que viene desde tiempo de la colonia española.
Se dice que habían dos tribus enemigas. Una que dirigía el cacique Ambrosio que se estableció por la actual colonia Japonesa y el otro por Guaripochi que comandaba otra en Guarayos.
Entre los hijos de cada uno, estaba Guadalupe, una Hermosa muchacha de 18 años, media morena perlada, con cabellos largos hasta la cintura, ojos de guapurú  que era la mimada de la familia y toda la tribu de Ambrosio.
El otro cacique tenía un hijo de los más esbeltos, buena figura, atleta, especialista en todas las armas de entonces, excelente Guerrero y cazador. En una de sus andanzas, le salva la vida a Guadalupe que estaba siendo  perseguida por un tigre al que mata con un certero flechazo.
Desde entonces nace el amor entre ellos, pero al  pertenecer a familias que no podían convivir por antecedentes históricos de ataques Sangrientos, robos, invasiones y muchos daños, tenían que verse a escondidas. Hasta que algunos guerreros de  Ambrosio lo descubren y avisan al jefe.
Es así que este  ordena a un grupo de indios  que  espíe a los enamorado. Cuando estos los  ven otra vez juntos, capturan a la novia y matan al novio después de ardua lucha que deja una docena de muertos.
El Dios Tumpa revive al novio, pero lo convierte en un pajarito con forma de pequeño búho de color azul y pecho blanco, parecido a un “sayubú” con pico plateado y hermoso cuerpo que se dedica a buscar a su novia, por todas partes con su cántico lloroso que se escucha en las noches de tormenta con una percusión que a veces pone los nervios de punta.
El llamado angustioso dice: “Gua Jo, jooo” que es la unión de los dos nombres de ellos: Guadalupe y José, que andarán juntos, abrazados  como el bibosi con el motacú por toda la eternidad.
Lo que cuentan los abuelos, a veces con nombres y algunos dicen que han oído y visto al citado pajarito en las noches cuando va llover y comienzan los relámpagos a iluminar la copa de los árboles. Muchos han querido cazarlo con toda clase de armas, pero siempre se les ha escapado, es por ser un protegido de Tumpa.

Este texto  ha sido extraido del libro “Leyendas y Tradiciones Cruceñas”  del Dr. Aure Teran Bazan.