En el pasado el
cuidado de las madres con las hijas era riguroso. En el Santa Cruz de antaño marido
y mujer acompañaban a las hijas solamente a los grandes bailes sociales que se
realizaban en “casas de familia”. En el salón de baile las madres se sentaban
al lado de las hijas, en las sillas acomodadas en rededor de la sala. Los jóvenes
se sentaban en las piezas contiguas, en
el interior del corredor o en el patio. Estos
solo tenían oportunidad de conversar con las damas, mientras bailaban alguna
pieza musical, previo consentimiento de la madre. Algo más, las madres no
permitían que las hijas bailaran dos piezas seguidas con una misma persona, a
no ser que fuera novio oficial.
Por aquellos tiempos
hubiera sido también un escándalo encontrar andando sola – por la calle – a una
señorita de 25 años, y mucho peor acompañada de su enamorado.
Esos cuidados
extremos de las madres se justificaban en aquellas épocas, por la falta de
cultura existente y por el “peligro” latente que significaba dejar sola a una
criatura en manos de un “bruto”.
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