En ahora la esquina de la calle Rene Moreno y
Republiquetas a pocas cuadras de la Plaza Principal, había una quinta que no pasaba de la hectárea, una casita techo
de motacú, paredes de adobe y patio con algunas plantas de naranjo, plátano y
cinini. Allí vivían una pelada hermosa que estaba en sus 16 años, lista para
iniciar los amores, con dos padres, viejos y ambiciosos. Habían acordado
entregar a su hija a un viejo rico que era viudo a cambio de una buena dote
como si fuera en venta.
Pero un día de esos que no estaban los padres,
pasaba un buen mozo tirando su caballo como llegando del campo, y se paró en la
media puerta de esa casa, y le pidió agua para saciar la sed suya y de su
animal.
Salió la muchacha despampanante de belleza
natural y con toda amabilidad le alcanzó primero una tutuma con agua fría de
lluvia y luego un balde para el caballo.
Saciado el adolescente le agradeció tanta
gentileza, la felicitó por su hermosura y le preguntó si podía visitarla para
conversar de la vida. Ella le comunicó que sus padres no le permitirían, pero
que podía esperarla a al atardecer en la
esquina de la propiedad donde había un mojón que serviría para detener la
tirantez del alambrado que cercaba la quinta.
Un día de esos los dos viejos pillan a la niña
con el chico del mojón, y enojadísimos, le dan una “arrobita” que le rayan y le
sangran las nalgas. Temerosos de que ocurra algo más serios con el pobre
desgraciado, cunumi desconocido, pobre y
sin futuro para la hija, le prohíben la salida y especialmente en el horario de
esa romántica visita.
El muchacho persistía y todas las tardes estaba junto al mojón, acompañado de su soledad y las noche; como no tenía mucho que hacer, triste y abandonado, con su cuchillo empezó a fabricar una cara en el Mojón que era más o menos 30 cm. de diámetro por 160 de altura, sobre su grueso pie firme que soportaba el flujo y reflujo de los toros que trataban de entrar a la propiedad, rompiendo los cercos con sus cornudas antenas.
Un sábado de esos, los viejos se fueron
presurosos a pactar el trato con el ricachón que habían escogido para yerno.
Vivía en una buena hacienda por la Poza de las Antas, con cientos de vacas,
casa elegante, caballos, puercos y gallinas que podían servir para mantener a
los suegros sin trabajar y con perspectivas de futura buena herencia.
Aprovechó la pelada para abrir la puerta del cuarto
donde estaba encerrada y cabalingo a las seis de la tarde, se juntó con su gran
amor en la esquina de siempre. Le contó su tragedia y sin hacer mayores
propuestas el muchacho la montó en las ancas de su “bayo” y voló como el viento
para nuca más aparecer.
Volvieron los padres y pensando que la ya
“vendida” estaba en su cuarto cerrado
con bejucos, no la molestaron. Al día siguiente abren la pieza y sufren como
mujer pariendo, por no haber podido hallar a la hija de sus fortunas. Van a la
esquina donde la habían sorprendido, y solo encontraron el Mojón pero con Cara
escultural que había labrado el desconocido artista.
Quedaron solamente con la resignación y el
remordimiento que les obligaron a trabajar para subsistir sin la ayuda de la
sirvienta que tenían como cocinera en la casa.
Recopilado
del libro: Leyendas y tradiciones Cruceñas, del Dr. Aure Teran Bazan.
Es muy largo mas corto
ResponderBorrarLargo mas corto larguisimo resumir urgente
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