lunes, 24 de octubre de 2016

El Mojón con Cara

En ahora la esquina de la calle Rene Moreno y Republiquetas a pocas cuadras de la Plaza Principal, había una quinta que no pasaba de la hectárea, una casita techo de motacú, paredes de adobe y patio con algunas plantas de naranjo, plátano y cinini. Allí vivían una pelada hermosa que estaba en sus 16 años, lista para iniciar los amores, con dos padres, viejos y ambiciosos. Habían acordado entregar a su hija a un viejo rico que era viudo a cambio de una buena dote como si fuera en venta.




Pero un día de esos que no estaban los padres, pasaba un buen mozo tirando su caballo como llegando del campo, y se paró en la media puerta de esa casa, y le pidió agua para saciar la sed suya y de su animal.

Salió la muchacha despampanante de belleza natural y con toda amabilidad le alcanzó primero una tutuma con agua fría de lluvia y luego un balde para el caballo.

Saciado el adolescente le agradeció tanta gentileza, la felicitó por su hermosura y le preguntó si podía visitarla para conversar de la vida. Ella le comunicó que sus padres no le permitirían, pero que podía esperarla a al atardecer  en la esquina de la propiedad donde había un mojón que serviría para detener la tirantez del alambrado que cercaba la quinta.

Un día de esos los dos viejos pillan a la niña con el chico del mojón, y enojadísimos, le dan una “arrobita” que le rayan y le sangran las nalgas. Temerosos de que ocurra algo más serios con el pobre desgraciado, cunumi  desconocido, pobre y sin futuro para la hija, le prohíben la salida y especialmente en el horario de esa romántica visita.


El muchacho persistía y todas las tardes estaba junto al mojón, acompañado de su soledad y las noche; como no tenía mucho que hacer, triste y abandonado, con su cuchillo empezó a fabricar una cara en el Mojón que era más o menos 30 cm. de diámetro por 160 de altura, sobre su grueso pie firme que soportaba el flujo y reflujo de los toros que trataban de entrar a la propiedad, rompiendo los cercos con sus cornudas antenas.


Un sábado de esos, los viejos se fueron presurosos a pactar el trato con el ricachón que habían escogido para yerno. Vivía en una buena hacienda por la Poza de las Antas, con cientos de vacas, casa elegante, caballos, puercos y gallinas que podían servir para mantener a los suegros sin trabajar y con perspectivas de futura buena herencia.

Aprovechó  la pelada para abrir la puerta del cuarto donde estaba encerrada y cabalingo a las seis de la tarde, se juntó con su gran amor en la esquina de siempre. Le contó su tragedia y sin hacer mayores propuestas el muchacho la montó en las ancas de su “bayo” y voló como el viento para nuca más aparecer.

Volvieron los padres y pensando que la ya “vendida” estaba en su  cuarto cerrado con bejucos, no la molestaron. Al día siguiente abren la pieza y sufren como mujer pariendo, por no haber podido hallar a la hija de sus fortunas. Van a la esquina donde la habían sorprendido, y solo encontraron el Mojón pero con Cara escultural que había labrado el desconocido artista.
Quedaron solamente con la resignación y el remordimiento que les obligaron a trabajar para subsistir sin la ayuda de la sirvienta que tenían como cocinera en la casa.
Recopilado del libro: Leyendas y tradiciones Cruceñas, del Dr. Aure Teran Bazan.

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