Año tras año, en las estancias, se hacia la
marcación del terneraje que por razones de tamaño y edad dejaba de ser ternero (ganado
menor), para llamarse ganado mayor y ser contado por cabeza. Este rodeo anual
se lo realizaba en cuanto el propietario lo estimaba conveniente, a cuyo efecto
señalaba con anticipación el día, cuidando de no disponerlo para un lunes ni
para un martes, por respeto al dicho sentencioso que dice: “Lunes y martes no
te cases ni te embarques”.
Días antes de la marcación, en cuyo rodeo y
encierro se aprovechaba de hacer el recuento, el mayordomo y los vaqueros se
ponían en activo movimiento, alistando aperos, riendas, cinchas, arciones y
correas, y ensebando correones, lazos y
maneas. Revisando corrales y apartaderos, para cerciorarse del buen estado de las tranqueras,
tranquereros, estacones y lienzos. Era
necesario comprobar si los corrales
tenían la fijeza necesaria para contener el ganado y luego para
encerrarlo y detenerlo.
Estando todavía obscuro, el día señalado para
la marcación, los jinetes partían al campo en distintas direcciones a rodear y arrear el
ganado hacia los corrales. Toros indómitos, ariscos y bravíos que el rato menos pensado daban vuelta y se
alejaban en veloz carrera al comedero (sitio de campo donde acostumbran pacer).
El vaquero más próximo emprendía la persecución, a tal velocidad que a ratos parecía
no asentar en el suelo. Le daba alcance, le tomaba la delantera y a punta de
rebenque, ajos y cebollas – siempre a la carrera - lo obligaba nuevamente a
entroparse.
Ni bien terminaba de entrar al corral la última
cabeza, los peones se entregaban a la peligrosa tarea del aparte de mostrencos y orejones; labor que
ejecutaban de a caballo, por tratarse de
un ganado arisco y bravío, difícil de manejar. Entre tanto, otros vaqueros, prácticos
en el manejo de ganado, de a pie iban enlazando, maneando, frunciendo y
marcando a fuego a los briosos animales.
Extraido del libro: Escarbando el Pasado, de
Aquino Ibañez.